Subió al coche con la torpeza elegante que la caracterizaba. Era una mezcla entre personaje de la realeza y cantante de punk. Todo su encanto parecía salirle sin esfuerzo. Verla me estrujaba el corazón, me obnubilaba. Si ella notaba como me estremecía al tenerla cerca, yo no lo sabía.
Estaba hablando, probablemente me estaba diciendo algo, pero siempre me costaba unos segundos reconectar con el mundo real cuando nos encontrábamos, aunque fuera para ponerle sentido a sus palabras.
—¿Qué opinas?¿Dónde quieres que lo dejemos?
—Perdona, se me ha ido el santo al cielo ¿donde quiero que dejemos el qué?
—El coche. Tenemos que llevar todo esto a mi piso y luego llegar hasta la playa a tiempo para el concierto. Podemos aparcar en mi barrio y luego ir en taxi, o descargar rápido y llevarlo hasta allá. No son muchas cosas.
—Lo que tú decidas. De verdad, no me importa.
—Bueno, ve haciendo marcha y allí decidimos.
Estaba despeinada, se la veía preciosa así. Me costaba conducir cuando la tenía de copiloto. Quería mirarla. Cuando no se daba cuenta de que estaba observándola solía jugar a imaginarme sus pensamientos. Siempre tan astutos, complejos. Su próximo cambio vital podría estar fraguandose en esos momentos, justo delante de mi, sin darme cuenta. Ella era mucho de eso. De hacer cambios, de evolucionar.
—¿Cómo se han quedado?— pregunté con un carraspeo.
—Bien. Me he tenido que escabullir mientras veían la tele. Por si acaso hacían berrinche.
—¿Y él?
—Tranquilo. Espero.
Se puso a rebuscar en el bolso. Siempre le costaba varios minutos encontrar algo. Solía necesitar vaciarlo por completo para dar con el objeto buscado. Gomas de pelo, botellitas de agua, toallitas húmedas, rosquilletas, chupetes… se mezclaban entre condones, cigarrillos y tickets rotos de discotecas y conciertos.
—¿Qué buscas?
—El móvil, siempre es lo último que sale ¿cómo puede ser?
—La vida quiere que te enfoques en mí.
Soltó una risa entre forzada y simpática.
—Ya sabes que tengo que estar pendiente por si pasa algo. Pero de ti también. Puedo estar pendiente de todos.
No era verdad, y ella lo sabía. Pero quería. Quería estar ahí para mí, y eso era suficiente.
—¿Le has dicho donde vas?
—Sí.
—¿Y con quién?
—También.
—¿Qué ha dicho?
—No ha dicho nada. Solo se ha puesto triste.
—¿Y tú? ¿Tú estás triste?
—No. Pero no me gusta hacerle daño tampoco. Me preocupo por él.
Sí estaba triste, era obvio. No me lo quería decir. Tendría que currármelo para que se despejara. Estaba dispuesto a todo por ella.
—¿Y tú? ¿Cómo estás?— me preguntó ella
—Ahora mismo en la gloria.
—¿Y en general?
—Bien. Cansado. Impaciente.
—¿Impaciente?
— Siempre estoy impaciente por verte.
—No seas tonto.
—No puedo evitarlo. Me pones nervioso.
—Leo, nos conocemos desde hace 15 años. No puedes estar nervioso a mi lado.
—Me he pasado nervioso 15 años.
—Eres un engatusador.
—¿Funciona?
—Aquí estoy ¿no?
Funcionaba. Me daba igual todo lo que había perdido por tenerla a mi lado.
—¿Hablaréis?—una vez más iba a intentar establecer la paz
—Ya sabes que no quiere hablar conmigo.
—Sí, quiere. Pero quiere que tú tomes la iniciativa.
—No sé si tengo el valor.
—Deberías. Yo lo estoy teniendo.
—Pero tú eres superior al resto de mortales. A mi estas cosas no se me dan bien.
—Necesito que habléis. Quiero que todo vuelva a ser como antes.
—¿Como antes?
—Quiero decir que seamos todos amigos. Hace un año que no ves a mis hijos. Antes los veía todas las semanas.
—Va a ser difícil. Cariño.
—No me llames cariño. No quiero ser eso ya de nadie.
—No eres de nadie. Eres tuya.
—Gracias.
—Pasará. Se arreglará, ya verás.
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Giró la cabeza hacia la ventanilla. No le gustaba que la viera llorar.